Caridad Romana

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Caridad Romana

Rubens representa una leyenda clásica en la que la carnalidad y la compasión se funden en una escena impactante.

Año 1612

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Una de las escenas más curiosas —y controvertidas— del barroco: una hija amamantando a su padre encarcelado para evitar que muera de hambre. Así lo contaba Valerio Máximo en la Roma clásica, y así lo pinta Rubens en toda su voluptuosa gloria barroca.

En “Caridad Romana”, Rubens encuentra el pretexto perfecto para lo que mejor se le daba: representar el cuerpo humano, especialmente el femenino, con una carnalidad explosiva. La escena muestra el contraste entre la tersura juvenil de la hija y la flacidez envejecida del padre, jugando con texturas, volúmenes y colores cálidos que cargan de tensión emocional (y también erótica) la composición.

Más allá del erotismo evidente, Rubens se toma muy en serio la carga simbólica: el cuerpo como instrumento de compasión, la generosidad como acto radical, incluso en sus formas más físicas. En una época en la que el desnudo tenía que justificarse, este mito clásico servía como excusa perfecta.

Es una pintura que obliga a reflexionar sobre los límites de la moral, el tabú y la virtud, y que al mismo tiempo nos recuerda cuán diferente era la sensibilidad visual del siglo XVII. Hoy nos escandalizaría en las redes. En su tiempo, era una exaltación del deber filial y de la Roma más piadosa.

Rubens, diplomático, espía y empresario, sabía lo que hacía. Esta escena no es solo un prodigio de pintura barroca. Es también un discurso sobre la dualidad entre deseo y devoción. ¿Se puede pintar una teta y hablar de virtud? En el siglo XVII, sin duda alguna.