La Gimblette

Movimiento

La Gimblette

Una escena íntima y sugerente del rococó francés: Fragonard nos convierte en testigos silenciosos de un juego entre ternura y erotismo.

Año 1770

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Jean-Honoré Fragonard, maestro del rococó francés, nos invita a espiar con discreción (o descaro) una escena cargada de ternura y erotismo velado. La Gimblette muestra a una joven tumbada en su cama, semidesnuda, jugueteando con su perro. Todo parece ligero, juguetón, incluso inocente… pero bajo esa apariencia se esconde una escena claramente erótica.

La cortina descorrida parece haber sido abierta exclusivamente para nosotros. La ropa en el suelo, rosa y suave, insinúa el deseo. Y la cola del perro, estratégicamente posicionada, sugiere más de lo que oculta. Esta forma de insinuar sin mostrar define el erotismo elegante de la pintura rococó: provocar sin ofender, seducir con humor.

Fragonard había empezado pintando temas religiosos y clásicos, pero pronto se adaptó al gusto del París de Luis XV, donde el arte galante triunfaba: nobles y cortesanas en escenas privadas, cómplices de amores furtivos. Aquí, como en otras obras suyas, Fragonard convierte al espectador en voyeur, partícipe de una intimidad ajena pero accesible.

La Gimblette es una pintura sobre el deseo —doméstico, tierno, sofisticado—. Sobre el placer de mirar y ser mirado. Una escena que parece ligera, pero que esconde un juego complejo entre el espectador, el pintor y la modelo. Todo, con la gracia ligera y voluptuosa de un artista que supo pintar el goce con pinceles de seda.