El festín de Baltasar

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El festín de Baltasar

Rembrandt narra con dramatismo bíblico y maestría tenebrista la condena del rey Baltasar, capturando en su obra la atmósfera opresiva y las emociones humanas con intensidad barroca.

Año 1636

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El Libro de Daniel de la Biblia nos habla del rey Baltasar de Babilonia, que celebró una fiesta con los vasos saqueados por Nabucodonosor del templo de Jerusalén. Evidentemente, el Dios del Antiguo Testamento no iba a dejar esta profanación sin su castigo, y en medio del banquete, y ante la atónita mirada de los fiesteros, una fantasmagórica mano surgió de la nada escribiendo un mensaje en la pared:

מנא, מנא, תקל, ופרסין (Mene, mene, tequel, ufarsin)

¿Qué quería decir todo eso? Ninguno de los expertos de palacio supo interpretar ese galimatías, pero el rey mandó llamar a Daniel y este le explicó el significado de estas crípticas palabras, que en resumen viene a decir que semejante soberbia por parte del rey sería duramente castigada con su muerte y además la caída de su reino.

Y efectivamente, Babilonia fue invadida por Darío al momento y a Baltasar lo mataron esa misma noche.

Rembrandt quiso contar la historia a la manera de Rubens y Caravaggio: tenebrista, expresiva, dinámica, teatral, dramática y en tonos dorados… Barroco como él solo, vaya.

Para ello creó un espectacular friso de personajes que tienen cada uno su propia expresión y pose de miedo, sorpresa, confusión y estupefacción. Rembrandt no busca aquí la belleza, busca atmósfera y emociones. Y lo consigue.